"Pam, pam, pam, pam", el sonido constante del golpeteo de las raseras contra la sartén indicaba que la harina y el agua ya habían creado la masa necesaria para poder "rular las migas". Llegado ese caso sabía perfectamente que me tocaba intervenir a mí.
Mi abuela, con gesto cansado y mirada decidida continuaba atizando con amor esa masa que en principio parecía pegajosa pero que plácidamente empezaba a soltarse. Nada más acercarme puso en mis manos "los apechusques" y con una sonrisa pícara me indicó, como si yo ya no lo supiera:
-No es mester otra cosa que pacencia y costancia, como to en la vía, sobre to en l'amor.
-Ya lo sé, abuela - dije empezando a meter las "manos en la masa".
-No, hijo mío. No saes tú bien. Pacencia, muncha pacencia, más pacencia que er santo Jos si juá mester.
-Es Job, abuela.
-Sí, Jos. Es como la zagala que m'ijistes, ara mesmo no charra con ti, pero si cierras los ojicos saes que poes sintil·la charrarte abonico, y que tamién tú poes icil·le quarsiquier cosa e tu volunto.
-No sé, de verdad. Ojalá fuera cierto, pero creo que esto es mucho más complejo.
-Nene, pacencia. Ves y enton·na los ojos, tú la piensas, ella lo siente. Es custión e na que a poco que pase güervas a ubril·los y l'esfises allegar por la sendica y, intre risos, los beséis. Pacencia. E veras, pacencia.